Así fue como una nueva generación de modelos dominicanas se apoderó de las pasarelas

Así fue como una nueva generación de modelos dominicanas se apoderó de las pasarelas

abril 25, 2020 0 Por Gloria Féliz

CUANDO LICETT MORILLO, ahora de 23 años, abandonó República Dominicana para irse a Milán en 2018, tuvo poco tiempo para dudar de sí misma. Un mes antes, en las calles de Santo Domingo, su majestuosa cara había llamado la atención de un reclutador de modelos mientras corría hacia su clase de inglés. Poco después, Morillo consiguió su primer casting para Prada. Allí, rodeada de cientos de chicas, recuerda haber pensado: “No, esto no va a funcionar”.

Pero funcionó. Morillo fue seleccionada para cerrar el show de primavera 2019 de Prada — un honor — y en los últimos años, su ascenso se ha replicado muchas veces: modelos dominicanas (y dominicanas estadounidenses) como Annibelis Baez, Luisana González, Melanie Perez y Dilone han aparecido en pasarela tras pasarela, de Valentino a Saint Laurent. Ellas son parte de un cambio mayor en la industria. Solo en la última temporada de otoño, cerca del 40 por ciento de las modelos que desfilaron en Londres, Milán y París fueron mujeres de color, frente al 17 por ciento en 2014, cuando el sitio de noticias de moda Fashion Spot comenzó a rastrear la diversidad racial en las pasarelas. En Nueva York, cerca del 46 por ciento de las modelos que desfilaron en la pasarela eran mujeres de color.

La moda ha enaltecido (o en algunos casos, convertido en fetiche) a ciertos grupos étnicos, cuya súbita prominencia y ubicuidad generalmente se atribuyen a un solo rostro sobresaliente. A inicios del siglo, la rusa Natalia Vodianova fue parte de una ola de modelos del antiguo bloque oriental, apreciadas por sus rasgos angulares y su piel casi traslúcida. El creciente poder económico de China ayudó a abrirle paso a Liu Wen y Fei Fei Sun. Cada etapa fue reduccionista a su manera. Pero la idea de negritud y belleza siempre ha sido particular; las modelos negras de los años 70, por ejemplo, generalmente triunfaban si tenían la piel clara o poseían rasgos aparentemente europeos. La definición se expandió en los ochenta y los noventa, con la llegada de la británica-jamaicana Naomi Campbell y la sursudanesa-británica Alek Wek, pero rara vez había más que unas pocas representantes. La “diversidad” venía con una cuota estricta.

Hoy en día, las modelos negras de ascendencia afro de muy distintas pieles, pelo y apariencia reflejan, en su diversidad de presentación y orígenes, una identidad más auténtica en la moda: desde Adesuwa Aighewi, una estadounidense de raíces tailandesas, chinas y nigerianas, y Anok Yai, una estadounidense nacida en Sudán del Sur, a la sursudanesa-australiana Adut Akech y la somalí (por vía de Des Moines) que usa hiyab, Ugbad Abdi. Pero la heterogeneidad racial y étnica de Latinoamérica no ha recibido el mismo trato. El surgimiento de modelos brasileñas en los noventa, por ejemplo, favoreció casi siempre a modelos blancas y bronceadas, como Gisele Bündchen y Adriana Lima. Es por eso que las mujeres originarias de la República Dominicana, la mayoría de las cuales son afrolatinas, finalmente ofrecen una visión más amplia de la diversidad racial de América Latina.

AUNQUE MODELOS COMO Morillo han llegado a representar el avance social en el mundo de la moda estadounidense y europeo, su identidad en la República Dominicana (y en el resto de Latinoamérica) es más compleja. República Dominicana fue colonizada por los españoles en el siglo XV y fue donde se esclavizaron a los primeros africanos en el Nuevo Mundo. Pero alguna vez fue la tierra del grupo indígena taíno, que, aunque en gran parte fue eliminado por los españoles, aún es inseparable de los mitos y la historia del país. Los dominicanos siempre han estado orgullosos de su mestizaje inherente, o ‘etnicidad mixta’. “En la República Dominicana”, dice Anyelina Rosa, de 19 años, “no usamos ese lenguaje de si somos blancos o negros, porque mi color es muy común y normal”. Cerca del 90 por ciento de la población de la isla es mestiza o negra (solo un 13 por ciento se identifica como blanca) según una encuesta de población reciente, y aunque la mayoría de los estadounidenses o europeos etiquetarían a estas modelos como negras, una persona en la República Dominicana las podría describir como morena, trigueña, jabada o india; todas son palabras comunes que se usan para denotar diferentes gradaciones de piel oscura pero no necesariamente negritud. Hasta cierto punto, también, la identidad cultural de la nación fue forjada en oposición a Haití, el país asumidamente negro al otro lado de la isla, que mantuvo brevemente a Santo Domingo bajo su dominio en el siglo XIX y que históricamente ha sido ridiculizado por la clase dominante dominicana, al punto de celebrar su Día de la Independencia en el día de la secesión de Haití, en lugar de la de España. (No importa que fue bajo el dominio francés y haitiano que la abolición de la esclavitud se logró dos veces —primero en 1801 y luego en 1822— ni que las huellas de las raíces africanas de la República Dominicana ya estaban presentes en casi toda su cultura).

No es de sorprender que este complejo pasado colonial haya complicado la propia concepción que tienen las dominicanas de lo que es la belleza y cómo debe lucir. Varias de las modelos dicen, por ejemplo, que en su país batallaban con la percepción que tenían de sí mismas. Allá, como en una gran parte del mundo, se favorece la piel clara, el cabello largo y lacio y los rasgos europeos, pero al mismo tiempo un cierto tipo de silueta que mis primos llaman un cuerpo tropical, una figura voluptuosa que por lo general se considera mucho más deseable que la delgadez. Los esfuerzos para luchar contra los estándares de belleza antinegros se han intensificado en años recientes, pero a muchas mujeres aún se les anima vigorosamente a no llevar el pelo naturalmente rizado al trabajo o la escuela porque se considera en general desaliñado y poco elegante. Esto le pasó a Rosa, quien, cuando vivió en la República Dominicana, se alació el cabello. Ahora suele llevarlo trenzado o en un afro. Aunque los diseñadores locales la rechazaban, su trabajo internacional en la moda ha ampliado la percepción que tiene de la belleza. “Ahora me quiero”, dijo. “No digo ‘No puedo’, que soy fea, que no me van a elegir”.

AMBAR CRISTAL, en un vestido Prada (1910 dólares); LINEISY MONTERO en vestido de Prada (2110 dólares); y HIANDRA MARTINEZ con un vestido Prada (1910 dólares). Fotografía de Willy Vanderperre. Estilismo de Olivier Rizzo.

Es irónico, tal vez, que una industria que a menudo es responsable de perpetuar los estándares poco realistas de belleza también le esté ayudando a las personas a aceptar rasgos que durante mucho tiempo escucharon que eran indeseables. Se trata al mismo tiempo de un reflejo de la evolución de la moda, de la expansión de los modos en que se comprende la inclusión —no solo en asuntos de raza sino también de género, sexualidad, edad y talla—, así como el peso específico de la diáspora negra mundial al elevar el debate en torno a la experiencia negra y post colonialista. Incluso si estas modelos no son necesariamente consideradas negras por sus compatriotas, para el resto del mundo, y en el contexto de la diáspora internacional, lo son. Y su éxito en el mundo de la moda favorece la representación en general. Su presencia también ha impactado a la República Dominicana, donde los medios con frecuencia difunden su éxito, incluso a costa de revelar sus propios sesgos. En una entrevista televisiva, justo después del debut de Morillo con Prada, una presentadora le preguntó si se había sentido hermosa antes de convertirse en modelo, de un modo que parecía insinuar que no debía sentirse así. Pero Morillo simplemente sonrió y respondió: “Sí, mi autoestima es muy alta”. En septiembre pasado, la edición Latinoamérica de Vogue destacó en portada a cuatro modelos afrodominicanas, entre ellas a Morillo y Báez. Lineisy Montero, a los 24 años, puede considerarse la más conocida de las modelos dominicanas de esta generación y ha aparecido ya en varias portadas de revista y se convirtió en una favorita de la industria en 2015, cuando debutó en la pasarela de Prada con un afro corto e inmaculado. Es fácil desconfiar del progreso racial cuando una sola persona es reconocida como representante de cambios institucionales más amplios. Pero en este caso, estas modelos han creado un espacio para el cambio debido a su pluralidad. “Que haya tantas niñas dominicanas aquí es sinónimo de mejora”, dijo Morillo. “El noventa por ciento de nosotras somos de familias humildes y que estemos aquí dando lo mejor me llena de orgullo”.

Fuente: The New York Times